Loppa Packraft

Si la vida hubiera sido normal, sin pandemia, sin crisis, sin preocupaciones, seguramente hubiera ido a Patagonia con el Packraft. Pero lo que ha pasado este año nos ha dejado a todos dando vueltas dentro de la jaula. Con suerte algunas jaulas son mas bonitas que otras y en la mía decidieron no tirar la llave al mar. En Noruega nunca nos encerraron en casa, ni nos prohibieron viajar; salvo un par de meses en lo álgido de la pandemia. Eso fue en la primavera del 2020 y ni siquiera fue una prohibición, más bien una recomendación. El resto del tiempo me he movido con libertad por mi región y como es una región grande y tiene casi de todo, empecé a buscar cómo un sabueso rutas nuevas. Después de 20 años meando en cada esquina no es fácil descubrirlas. Pero yo me obligo a seguir buscando, encontrar una linea que tenga sentido, que no sea demasiado corta, que me aleje de carreteras y pueblos, que sea bonita, segura… Qué voy a contaros! Es como tener el mapa del tesoro. La obsesión no acaba nunca. Ni siquiera el día que compruebas feliz que todas las piezas encajan.

Esta ruta de Packraft de la que vengo a contaros, nació en realidad un par de años antes, mientras buscaba la manera de cruzar los 3 glaciares de Loppa con esquíes. Una linea que no acababa de ver. Estaba cabreado. Me fui a caminar por valles y fiordos con Lonchas, a ver si sobre el terreno juntaba las piezas. Conocí todas las entradas y salidas de los glaciares, hasta los que no pensaba subir o bajar. No dejé un trozo de hielo sin ver, conocía cada arruga de Loppa y mientras iba soñando con la alta ruta, germinaba la idea de otra travesía. Una de Packraft. Abría el mapa y me hervía la sangre.

La carretera a Loppa, los ferry’s ,las habitaciones de espera de los puertos donde tantas noches dormí, se convirtieron en rutina. Un paisaje familiar. ¿Otra vez a Loppa? preguntaba Gloria ¿no hay otro sitio?

Esta ruta de Packraft nació mientras buscaba la manera de cruzar los 3 glaciares de Loppa con esquíes.

No puedo decir qué ocurriera de repente, me llevó meses y muchos viajes de prospección, pero al fin vi con claridad la ruta por los glaciares. Aproveché una semana de buen clima en mayo del año pasado y me lancé a por ella justo cuando las autoridades abrían el grifo. Creo que fui el hombre mas feliz del mundo cuando la terminé. Esa noche esperando al ferry, tumbado boca arriba con la vista puesta en el techo de la tienda, ya estaba pensando en la próxima. Ni siquiera necesitaba abrir el mapa, me lo sabia de memoria.

Llevo tanto tiempo aquí, que he aprendido a dividir los meses en porciones climáticas más pequeñas, semanas únicas e irrepetibles. Y tengo comprobado que la última semana de abril y la primera de mayo, es la mejor quincena del año para esquiar con nieve hasta el mar y remar los fiordos en Laponia. Si la malgastas, el calendario no te espera.

Para mi travesía de Packraft de este año, sólo tenia que esperar una ventana de 5 días de sol sin viento y salir cagando leches. Además de tener 24 horas de luz a esta latitud, lo normal son unos agradables +5 grados durante el día y -10 por la “noche”.

Este invierno estuve haciendo travesias con esquíes durante la noche polar, y es tan duro y oscuro que cuando estaba en Loppa en mayo, me parecía una excursion de boy scouts. Pocos placeres tan gratos como notar el calor del sol pegando en la diminuta tienda. Todo está seco, no se escarchan las paredes de la tienda, no necesitas rastrillar kilos de hielo antes de prender a oscuras el quemador y desayunar aterido de frio.

Mapa de la travesía.


Pero dejemos él frio enero atrás y vayamos hasta el principio de la ruta.

Pensaba coger un bus hasta un fiordo a orillas de la carretera y terminar en un pueblo del que sólo se puede salir en barco. Uno de esos pueblos de naturaleza indómita que embellecen el paisaje.

Apenas 5 horas de bus y estaría en Loppa. Sólo tenia que pedirle al Driver que me dejara en una curva de la carretera a mitad camino entre dos pueblos. Como era el único pasajero en ese momento, el tipo no sólo me paro, sino que sé bajo a fumar un cigarro. Qué vas a hacer me preguntó. Voy a remar este fiordo abrevié. Con qué? Preguntó mirando la mochila. Con esto, contesté palmeando el Packraft enrollado. Sólo hay que hincharlo, dije. Sonó como una mentira. Me miró sin decir palabra, miró la bolsa del Packraft y después a mí otra vez con una de esas caras que sólo se ven por estas latitudes, mezcla de disimulada incredulidad y respeto. Hasta que pareció despertar de su asombro y cómo si de repente tuviera mucha prisa, lanzó la colilla con dos dedos, se subió al bus soltando una bocanada de humo y mientras se cerraba la puerta pude oírle decir alegre: Buen viaje! Una semana más tarde, por puro azar, en otro puerto de Loppa, volvía a ser el conductor de bus que me traía a casa. Me reconoció, igual que yo a él, pero no me pregunto ni qué tal me había ido, ni nada por el estilo. Me vio quemado por el sol con cara de felicidad y eso le sirvió para comprender que fuera lo que fuera, lo había conseguido. Uno se acostumbra a subtitular el silencio.

Volvamos a las 18.30 de la tarde del 2 de mayo. Me acababa de bajar de un bus en mitad de una curva a orillas del fiordo, la marea estaba bajando, había sol y yo tenia muchas ganas de empezar a remar. Me pongo la mochila, me calzo los esquíes y me deslizo suavemente un centenar de metros desde la carretera hasta el mar. Que gran invento los esquíes. Pienso.

La tarde tranquila, el sol brillando sobre un mar en calma y el glaciar al fondo en lo alto, iluminado, parece una sabana que hubieran echado sobre las montañas. Poco más se puede pedir hoy. El mar sin olas parecía una piscina. La carretera a mi espalda apenas tiene trafico, quizás algún conductor estaría viendo a un tipo vestirse con su traje estanco, hinchar el Packraft de color rojo sobre la nieve y perderse después remando lentamente hacia el fondo del fiordo.

Me había propuesto remar un par de horas y acampar en un pequeño cabo que había visto en el mapa, aunque hubiera podido llegar hasta el fondo del fiordo esa misma tarde sí hubiera querido. Pero no quería. Encontré el cabo del mapa y una playa nevada perfecta para poner mi campamento. Puse la tienda, cené y dormí como un koala. Cuando el sol asomó de madrugada por encima de las montañas, la tienda fue ganando temperatura hasta que el calor me despertó. Dejé que el sol me acariciara la cara y recordando las noches al doble de temperatura que el congelador de mi casa, disfruté el momento. Tumbado encima del saco, tocándome los huevos y disfrutando del calor que tanto había echado de menos, me juré a mí mismo que nunca más iba a dejar que el frio me mordiera.

Salí poco convencido del saco y aprovechando que tenia cobertura le mandé unos mensajes a Gloria, después hice una foto que subí al Facebook con un texto que decía: tengo el mapa del tesoro.

Ese segundo día sólo tenia que remar el resto del fiordo, que era poco, e ir en busca del siguiente fiordo, esquiando por un valle que en el mapa prometía. Usaría el Packraft como pulka.

Sobre la nieve el Packraft no sufre y si no te pasas con la carga se arrastra muy bien, aunque no es lo mismo que tirar de una pulka, claro! Hacia tanto calor en la orilla del fiordo y estaba tan a gusto que antes de empezar la esquiada me hice una sopa y un café. Calor en el idioma del Artico son +7 grados sin viento y sol. Si todo iba bien debería dormir en la orilla del siguiente fiordo. Volví a mirar la previsión aprovechando la cobertura del movil. Sol, cero viento y números azules por la “noche” De buena gana me hubiera quedado en esa orilla a pasar el día, pero tenia curiosidad por saber cómo era la pasada hasta el fiordo y si me hubiera quedado en esa orilla no lo hubiera disfrutado, así que me puse en marcha.

Vídeo

En el mapa se veía un valle estrecho, paredes verticales y lagos. El valle no parecía peligroso pero seguro que habrían caído avalanchas. Desde mi posición no era visible, sólo veía un pasadizo y el resto se perdía de vista. Había que acceder subiendo por encima de un rio helado, nada que no pudiera esquiar. En la terraza superior se veía el valle, no entero, el final giraba a la izquierda y quedaba oculto, parecía un laberinto. Efectivamente había restos de avalanchas en el valle, pero no habían llegado hasta la parte baja por donde yo iba esquiando. Tenia que llegar a un lago a unos 350 metros sobre el nivel del mar y el altímetro decía que no estaba lejos. Como iba filmandome a mí mismo tenia que ir y volver, revisar que la toma era decente y seguir.

El paisaje era inmenso, hacia buenísimo, yo estaba como una moto. Una de esas tardes que restañan heridas. Por fin llegué al lago. Qué lugar! Al fondo, como a kilometro y medio se veía un ultimo escalón, de allí se accedía al collado y por fin la bajada por el otro valle, mucho más amplio según el mapa. Esperaba una esquiaba épica hasta el bosque, pero el banzo al fondo del lago estaba en sombra y era engañoso, parecía muy vertical. No lo parecía en el mapa, pero allí en el lago la cosa no estaba clara. La típica tocada de cojones cuando estas a un paso de llegar. Sí me tenia que dar la vuelta a 100 metros de desnivel del collado, iba a ser una putada. Para salir de dudas aceleré y al llegar a la base me di cuenta que mis temores eran infundados. Respiro aliviado. Seguro que el Paolo Coelho de turno hubiera dicho que la vida es así, que dé lejos las cosas parecen imposibles, que no has de rendirte nunca, que siempre hay una salida.

Empiezo a subir, la nieve esta algo profunda y decido tomármelo con calma, incluso hago un porteo y regreso a por el resto que he dejado abajo. Desde arriba la vista del lago helado es preciosa. Busco un lugar soleado, saco la jetboil y me hago otro café. Parezco el jodido Starbuck.

Las montañas de los alrededores rozan los mil metros, están cargadisimas de nieve. Parecen montañas enormes así pintadas de blanco. Hay un sol brutal. A mis pies una bajada con la inclinación perfecta, kilómetros de polvo hasta el bosque. Soy más feliz que un perro viendo la correa del amo.

Ahí voy, deslizándome ladera abajo, gritando como un indio, riendo a carcajadas. Cualquiera me acuesta a mí esta noche. Voy a tener que contarme un cuento, contar millones de renos.

Loppa
Loppa

A una distancia prudencial del bosque, quizás un par de kilómetros, la bajada pierde su inclinación, es una especia de cambio de pendiente donde se forma una terraza. Me pareció que seria mucho más bonito acampar con vistas al fiordo que llegar hasta él mar. Las montañas del otro lado con el sol escapándose por una esquina crean una estampa inolvidable. Cuando las sombras tocaron la tienda y el frio empezó a hacer mella ,decidí preparar la cena fuera, abrigarme, mirar el paisaje y escuchar música. Después de tanto silencio, el sonido me recorre como un escalofrío. Recuerdos, sentimientos a flor de piel, nostalgia. Es mi manera de purgarme en soledad. Recojo el tenderete y me acuesto notando la sangre en las mejillas quemadas por el sol.

Amaneció mejor que el día anterior, que ya era difícil, hacia calor y el agua del fiordo brillaba como un espejo bruñido. Desayuné con calma y me dediqué a hacer fotos antes de consultar el tiempo una vez más. Todavía me quedaban dos días de sol. Desde donde estaba podía terminar la travesía en un día, pero eso significaba tener que correr y la verdad es que no hacia ninguna falta. Tenia dos días por delante de buen clima, ¿porque desperdiciar uno de ellos?

La bajada al bosque resulto un poco penosa, es zona de arboles enanos y desordenados que no hacían fácil arrastrar el Packraft. A orillas del mar me hice un sopicaldo, el consabido café y me puse a remar el Jokelfjord, de una belleza desbordante. Era la segunda vez que remaba ese fiordo. La primera vez fue en otoño del 2017. Era un día de parecida calma y sol, pero aquel día otoñal el bosque estaba inflamado de amarillos y rojos. En aquella ocasión me acompañaba mi amigo Carlos y yo llevaba de polizón a Lonchas. Ahora estaba sólo, el paisaje nevado era hermoso pero no era tan bonito, como cuando el soldadito valiente me miraba con esos ojazos marrones y su enorme cabeza marcaba el rumbo.

A orillas del fiordo guardé el equipo anfibio y me puse los esquíes. El valle hasta Langfjord es espectacular, hay un lago helado franqueado por montañas y un pequeño bosque da acceso al collado desde el que se tiene una vista privilegiada del glaciar y él fiordo. Ese collado tiene muy cerca una cabaña, equipada con estufa y cocina de gas. He dormido allí varias veces y me gusta mucho, pero en invierno queda prácticamente sepultada por la nieve y lo normal es usar casi una hora en desenterrarla. Dentro de la cabaña no hay vista ninguna, la única ventana da a un talud de nieve. Teniendo en cuenta esas premisas, decidí quedarme en el collado con la puerta de la tienda mirando al fiordo.

Cuando el sol se escondió detrás de las montañas, el cielo se tiño de rojo y me pareció que estar allí era un regalo inmerecido. Abajo, como a uno 300 metros de desnivel, hay un minúsculo pueblo donde no creo que vivan ni 20 personas, pero no es visible desde el collado y cómo en el pueblo no hay carretera ni coches, ningún ruido se escapa. Nada huele a civilización. Langfjordham, que así se llama el pueblo, es el final del fiordo, se parece a los topes de las vías en las estaciones. Principio o final de algo. Contemplando esas vistas y sabiendo de donde vienes, te das cuenta que en pocos lugares tiene tanto sentido usar un Packraft

Volví a dormir como un leño y volví a despertarme sin prisa bajo un sol inclemente antes de preparar la mochila y lanzarme esquiando ladera abajo hasta el pueblo. Como ya lo conozco, sé que en el puerto hay una habitación de espera muy básica, pero suficiente para cargar baterías y organizar el equipo. Ocupado como estaba en hinchar el Packraft y ponerme el traje seco no vi llegar a un tipo con pantalón corto, botas de goma y un caniche en brazos. Si te lo encuentras en una galería del Soho, hubiera pasado inadvertido. Era un personaje francamente peculiar. Me sonrió y se me quedo mirando con una de esas sonrisas que tampoco esperan nada a cambio. Vio cómo me montaba en el Packraft y salía del puerto. Me giré y lo vi saludarme con la mano sonriendo.

En Laponia normalmente el viento viene desde el sur, normalmente digo, pero esto no es una ciencia exacta. El fiordo de Langfjord está orientado sur norte y yo solo deseaba que el viento me llevara en volandas. Cumplió su palabra y en apenas dos horas recorrí lo que me hubiera costado cinco. Cuando me quise dar cuenta estaba doblando el cabo y tenia Sor Tverrfjord a la vista. Como dice una amiga: “el universo te tiene consentido”

Aunque llegué temprano, no lo hice tanto como para encontrar la tienda abierta. Tenia sed de coca cola y hambre de patatas fritas, pero tuve que conformarme con un sobre lyofilizado en la habitación de espera en el puerto, que de todas las salas de espera de Loppa es la mejor. No había nadie, ni nadie se asomó por allí. A las 11 de la noche llegó el ferry y a las 07:00 de la mañana del día siguiente zarpó conmigo a bordo.

José Mijares

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